viernes, 31 de enero de 2020

En Salta es furor el helado de vino.


En Salta, se pueden degustar helados con sabor a vino. El vino es el centro de todo en Cafayate, es la materia prima con la que se hacen las recetas más exquisitas y es por ello que sus creadores ya comercializan helados de Malbec y Torrontes. También hay alfajores de vino.
10/01/2020 

Los cafayateños saber como aprovechar al máximo sus vinos y es por ello que en su ciudad se pueden encontrar tratamientos de spa con vino, alfajores con sabor a vino y como no podía ser de otra manera los helados también son de vino.
Nadie que haya pasado por Cafayate se va sin probar estos sabores tan distintos y exquisitos.
Todos son de elaboración artesanal, los turistas eligen poner a prueba su paladar con los sabores más típicos, entre ellos, el torrontés y el malbec.
Helado de Torrontés.
Es un helado artesanal muy dulce hecho con vino blanco torrontés. Su color es blanco.
Helado de Malbec.
Con el típico color del malbec es de color bordó, dulce y son sabor a frutas.
Fuente de información e imagen: Diario "La Jornada" de la provincia de Chubut, Argentina.

miércoles, 29 de enero de 2020

Con riego por goteo una bodega en Catamarca transformó el desierto.

Hace una década las 360 hectáreas eran desierto. En 2015 comenzaron a producir vino y aceite de oliva y hoy Altos de Tinogasta -en la región del mismo nombre en Catamarca - fabrica 300.000 litros de vino (15% se exportan a China y Europa ) y 200.000 litros de aceite que venden al mercado interno y a España.
La tecnología de riego por goteo fue crucial para transformar el lugar y la incorporación de paneles fotovoltaicos permitió una fuerte reducción de los costos de energía. En total la inversión del fideicomiso propietario de la finca Altos de Tinogasta fue de US$10 millones.
Juan Ruedín explica a LA NACION que las tierras al pie de la cordillera de los Andes eran una "zona desértica abandonada que pudo transformarse con tecnología israelí de riego por goteo y buenas prácticas". Cuentan con tres pozos de 130 metros de profundidad y una capacidad de 300 metros cúbicos para regar -sin pérdida de agua- tantos los viñedos como los olivares.
Del total de hectáreas a 1400 metros de altura, 250 son de olivos y el resto, uvas. Las cepas que cultivan son malbec, syrah, tempranillo y cabernet savignon; en blancos, chardoney y torrontés. La gran amplitud térmica y la alta insolación son características determinantes para asegurar el rinde y la calidad de los vinos.
El año pasado la empresa inauguró su parque de energía solar que produce 1MW/hora y les permite abastecer el 70% de su consumo. "El costo de la energía implicaba el 42% del total y era insostenible, por eso se decidió invertir en paneles solares. Entendíamos que la amortización sería en cinco años; ahora no estamos tan seguros", apunta Ruedín.
Agrega que el objetivo, además del ahorro, fue minimizar lo más posible la huella de carbono que pueda dejar la actividad productiva. La finca está en proceso de certificar producción orgánica en los olivares que requiere de cinco años sin aportes de fertilizantes inorgánicos. "Nosotros utilizamos los subproductos de la vid y del olivar, pero todavía no alcanza", reconoce Ruedín.
Una particularidad del emprendimiento es que tiene, además del costado agroindustrial, uno vinculado con el real state: permite a inversores adquirir una parcela de vid o de olivos, ya implantada, que se escritura a su nombre, con su respectiva bodega y planta elaboradora de aceite. La rentabilidad anual fruto de la comercialización de los productos, se distribuye en forma proporcional entre todos los propietarios que aportan su cosecha, sin importar el rinde particular de cada parcela, sino la producción total de la finca.
"Este esquema nos permite ser una empresa sustentable, no endeudada -describe Ruedín-. Garantizamos un rinde anual mínimo de seis por ciento en dólares pudiendo llegar al 10% con la madurez total de las plantas. Hoy el olivar produce 6000 kilos de aceitunas por hectárea y en la madurez lo duplicará". La finca emplea a 30 personas de manera directa.

El mercado.

Comerciantes chinos que buscaban en la Argentina vinos para importar fue la oportunidad para que la marca ingresara a ese mercado que hoy representa el 70% de sus exportaciones. "Les gustó el ambiente, la modalidad de producción, el paisaje. No dudaron de la calidad de los productos que podían hacerse", dice el empresario.
El 85% de las ventas al exterior son malbec. En Europa, el Reino Unido es el principal destino de los envíos. Llegaron a través de una cadena de restaurantes argentinos asociados al polo. Todas las operaciones son con vinos fraccionados con la marca Altos de Tinogasta.
En el caso del aceite de oliva -extra virgen con una acidez menor a 0,3%- producen tanto para otras marcas como con la propia. "Producimos premium para la principal empresa argentina y vendemos a Brasil y a España -agrega Ruedín-. Es de muy buena calidad, a punto tal que los españoles le ponen su marca y lo venden al doble ya que tienen contratos muy superiores a los que pueden atender con su propia producción. Los costos logísticos complican la exportación en botella".
Por: Gabriela Origlia. Publicado en Diario "La Nación", 20 de enero del 2020.

sábado, 18 de enero de 2020

El sentido de plantar rosales al lado de los viñedos.

El sentido de plantar rosales al lado de los viñedos.

No se trata de esteticismo o decoración; es un sistema de alarma contra enfermedades para los viñedos.

Sin dudas, todo aquel que visita un viñedo advierte inmediatamente la presencia de estas plantas en los extremos de las hileras de vides. Esto no es algo que sólo se aprecie en las fincas de Mendoza o de otras provincias del país. Ocurre en todas partes del mundo donde existe un viñedo y lejos de ser algo decorativo, representa un sistema de alarma para el propio viñedo. 

Una nota del sitio Vinetur describe el porqué de esta tendencia de plantar rosales al lado de los viñedos. La enfermedad del Oidio es bastante común en las vides, ya que son muy sensibles al ataque de este hongo. Es un hongo invasivo y difícil de erradicar sino se detecta precozmente.

Este hongo también ataca a los rosales, y sus síntomas son más visibles que los de la vid, ya que aparecen manchas amarillas en sus hojas. De esta forma es fácil detectar si la vid ha podido ser infectada por el hongo antes de que sea demasiado tarde.

El hongo Oidium tuckeri procede de Inglaterra, del año 1851. Las esporas se propagaron por Europa a gran velocidad y arrasó con los viñedos a gran velocidad. La idea de poner rosales al lado de los viñedos vino de los monjes de Borgoña, ya que en aquella época los viñedos estaban alrededor de los monasterios. Después de un exhaustivo estudio consiguieron salvar las vides cercándolas con rosales.

Los monjes pudieron salvar sus viñedos aplicando, primero a los rosales y después a las cepas, un tratamiento basado en espolvorear las plantas con azufre.

Los rosales se convirtieron en plantas que servían al viticultor para detectar enfermedades.

De igual manera, en otros artículos referidos al tema en distinto portales de internet, se asegura que la biosensibilidad de los rosales permite detectar otro tipo de enfermedades o mohos que aunque son menos peligrosos que el Oidio, pueden afectar a la vid si no se afrontan a tiempo.

Además, aclaran que el aspecto decorativo no pasa desapercibido para todos los viticultores y en ocasiones, se aprovecha la función delatora de los rosales para darle un toque de color diferente al viñedo, siendo las rosas blancas pertenecientes a variedades blancas de uva y las rojas a las variedades tintas.

Por último, otro motivo (con el que no todos los expertos están de acuerdo) es la capacidad de los rosales de alejar a ciertas aves de los viñedos al conseguir que el intento de comer los frutos se traduzca en una mala experiencia por las espinas de los rosales.

Fuente: Vinetur Winetoyou.
Publicado el día viernes 10 de enero de 2020. Imágenes de la misma publicación.

lunes, 6 de enero de 2020

Conversación entre Genaro Cacace y Javier Urondo.


Conversación entre Genaro Cacace y Javier Urondo.
Hoy la esquina de Beauchef y Estrada está adormecida por un sol invernal, no es el murmullo habitual que caracteriza el salón el que llena el ambiente. El dueño de la casa, Javier Urondo, avanza a paso firme con una mirada clara y un cajón lleno de puerros y papas del Mercado Central. Un par de mates hacen de entrada a la conversa con un hombre humilde y sencillo.

Genaro– Hace un año unos muchachos de Córdoba fueron a conocer la bodega. En el recorrido por la finca vieron unos olmos muy particulares, ya que no es una zona que se caracterice por ese tipo de árboles, en general son olmos insertados. “Eso son los olmos filosóficos”, les dije, “Mi papá enterró un montón de libros en la década del 70”. No lo podían creer.

Urondo– Qué vigencia, sobre todo en esta etapa en que la clase media viene pegándose tiros en los pies… Les encanta, de alguna manera creen en la teoría del derrame, tienen esa fantasía. Les chafaron los ahorros, los cagaron veinte veces y no registran.

Genaro– Es una cuestión cultural. Creo ser de clase media en serio. Mi papá era socialista y porteño, tenía una empresa particular de construcción aunque siempre hemos cuidado el mango, hemos crecido en un ambiente intelectual distinto. Yo estoy más cerca del tipo que trabaja conmigo que de la imagen de bodeguero, estoy más cerca del sindicato que de la unión de empresarios. No me cabe otra. Mis compañeros de la facultad al recibirse se fueron trabajar a grandes empresas como Peñaflor, Trivento, 12 horas por día en la empresa. Un chofer los pasa a buscar por la bodega y los mete en un barrio privado, se encierran en su casa y se ponen a ver a Tinelli. Están en todo su derecho, ¿pero cuándo piensan?

Urondo– Viven aislados en esa burbuja.

Genaro– El otro día mi hijo, que estudia administración, me pide que vaya a la facultad para dar una charla sobre la industria vitivinicultora y sus costos. Asentí con gusto, pero le propuse que hagamos una experiencia: voy, los busco, vamos a la finca, les doy una tijera, un tacho y vamos a llenar este camión entre todos. Terminamos, nos sentamos y le ponen un precio a los que ellos consideran digno para hacer el trabajo que hicieron. Hablemos de costos… El ejemplo de Francia es ponerle un precio mínimo a todas las uvas, de esa manera le aseguran rentabilidad al productor, aseguran que se quede a vivir en la región, por lo que nadie vende y compra por debajo del mínimo. El hecho de que exista ese parámetro protege al productor cuando la cosecha es escasa, siempre hay rentabilidad para el productor, el elaborador y la comercialización, siempre dentro de un margen de equilibro.

Urondo– Si no los protegieran no tendrían vinicultura, habría entrado el salvajismo del estado, por los tamaños de las unidades productivas.

Genaro– Acá te aplastan la cabeza. Tal como se está estructurando, la vitivinicultura argentina es neoliberal, conservadora, piramidal hacia abajo. Las grandes bodegas son cada vez más grandes y están excluyendo. Las PyMEs no nos vamos a quedar afuera por producir un vino de mierda, sino que nos van a desplazar porque no podemos competir contra los grandes.

Urondo– ¿Es parecido al modelo chileno?

Genaro– En Chile son tres grupos los que manejan el mercado. Lo que sí existe en común es que las empresas vitivinicultoras no dependen de la vitivinicultura, son parte del menú de negocios. Dependen del cloruro de potasio, de las mineras del norte de nitrato, de las madereras del sur. Como acá Molinos, que compró Nieto, después compró Ruca Malen y después Viña Cobos.

Urondo– En Mendoza vas a cualquier restaurante y están las cuatro o cinco marcas principales, siendo que es un lugar donde tendrías que tener diez botellas abiertas para afirmar una cultura democrática del consumo.

Genaro– La publicidad que se hace del vino es tan genérica que termina beneficiando a las grandes bodegas. Aparece gente linda, artistas reconocidos. El tema sería ocupar esos minutos de televisión para hacerle conocer al consumidor, hacerlo saber más de vinos, que deje de ser fanático de unas pocas marcas. Un buen tomador de vino no puede ser fiel nunca, permanentemente tiene que estar cambiando, se tiene que desmarcar de las cinco empresas multinacionales que manejan el mercado.

Urondo– El vino era parte de la industria alimenticia y pasó a ser un producto con más desarrollo, segmentado. ¿Cómo participás vos en todo ese proceso?

Genaro– Nosotros arrancamos en el 80 a elaborar vinos, con toda la tecnología de la década del 60. Descobajábamos, escurríamos el Merlot y la Bonarda la hacíamos blanco. El Cabernet y el Malbec valían menos que la uva criolla. Encima las grandes bodegas de ese momento, Catena, Giol, producían vino masivo en damajuana, los trenes venían a Buenos Aires y se fraccionaba en Paternal y en Palermo. A partir de los 90 se generó un cambio importante en el concepto de qué vino hacer, cómo cuidar la fruta, el color, trabajar con levaduras seleccionadas, invertir en tecnología.

Urondo– ¿Cómo es la situación del mercado argentino?

Genaro– Se ha estructurado el sistema vitivinícola de tal forma que no se tiene en cuenta al pequeño y mediano productor que no se actualiza, no se aggiorna. No tiene que ver con la capacidad de trabajo de la gente sino con los niveles de inversión que hacen falta. Se están perdiendo cada vez más las PyMEs vitivinícola, porque las grandes empresas son cada vez más grandes y pasan a ser grupos inversores. A futuro se puede complicar la necesidad de tecnificar la producción para poder llegar a precios competitivos en el mercado, lo que significaría miles de personas que no van a tener trabajo. Se está imponiendo riego por goteo, cosecha mecánica, una máquina sustituye a 150 cosechadores, el trabajo de poda también se mecaniza, es posible adquirir tecnología es factible trabajar 400 o 500 hectáreas con cuatro empleados. Otro problema es que se está permitiendo que empresas grandes como Catena planten en la Pampa, que tradicionalmente es una zona más apta para otro tipo de cultivos, va producir vinos distintos, ricos, todo mecanizado, encima no tiene que regar porque el agua viene de arriba, lo único que tiene que hacer es combatir las palomas. Se viene un desplazamiento social en la vitivinicultura, que no nos convence. Se está industrializando demasiado, se estandariza mucho, el Cabernet termina siendo igual que el Malbec o el Tempranillo y los diferencian en laboratorio agregándoles taninos para cambiarles el perfil.

Urondo– ¿Qué solución le ves?

Genaro– El Estado debería intervenir en la vinicultura para regular y evitar los monopolios, darles oportunidades a los pequeños productores para que sean eficientes. El productor que trabaja su propia finca sin costos extras y que contrata a personas para que le den una mano debería estar contemplado socialmente, para que mantenga la actividad. El Estado debería regular, intervenir, definir en qué zonas del país se produce cada cultivo. Vamos a morirnos ensojados, pongamos un límite a la soja y promocionemos el trigo, el maíz, el olivo. Como argentinos, nosotros debemos definir la zona para producir vino, que produce mejores concentraciones y por sus características no puede producir otra cosa: es el pedemonte argentino, desde Salta hasta Neuquén. No plantemos viñas en La Pampa, Entre Ríos, Tandil. Sin un Estado que intervenga, con sentido democrático y de inclusión, estamos en el horno.

Urondo– La cosecha del año pasado sufrió muchísimo.

Genaro– Sí, el 30% de los viñedos se han abandonado, de 540 bodegas habilitadas para elaborar en nuestra zona, solamente elaboraron 188. Hay poca uva a raíz de accidentes climáticos el años pasado, la lluvia genero niveles muy altos de pudrición, a tal punto que tuvieron que importar vino de chile y España. Cuando había que aportar capital para poder defenderse contra las inclemencias climáticas, muchas empresas no tenían recursos financieros para enfrentar los costos. Las curaciones han llegado a ser diez veces más costosas que en un año normal, provocando la necesidad de utilizar productos de síntesis química de la Bayer o Monsanto que valen muchísimo más. No se viene agregando abono, el granizo se está incrementando…, una serie de factores que llevaron a que los productores con unas 25 hectáreas (que es un promedio interesante) hayan abandonado los viñedos.
Urondo– Hay bodegas a las que por los costos les conviene tercerizar.
Genaro– A igual consumo eléctrico, en el período enero-febrero del año pasado pagamos $19.700 y en el mismo período de este año $42.000. Por otro lado, ¿qué sentido tiene fraccionar el vino?, cuando por el traslado te cobran una fortuna. El costo de distribución nos afecta muchísimo a las PyMEs, nos cuesta entre $50 cuando no $105 por caja. Esos son valores que nos dejan fuera de competencia o si no tenemos que vender vinos muy complejos, concentrados y caros. Si el año que viene tenemos una buena cosecha, los precios van a empezar a bajar. Las grandes bodegas tienen menos necesidades de materia prima porque la tecnificación ha permitido que las grandes empresas y sus satélites tengan producción propia. En estos momentos las grandes empresas presentan como muy folclórico al vino, con mucha tradición y viñedos históricos. No es así, las grandes empresas son grupos financieros que invierten porque ven que hay un negocio rentable. Los que  hacemos un vino para que ustedes lo tomen somos muy pocos ya.
http://stage.hamartia.com.ar/2017/12/16/el-estado-debe-intervenir-en-la-vinicultura-para-evitar-los-monopolios/