sábado, 17 de marzo de 2018

Cepas argentinas, esas raras por conocer.

Mientras el insigne Malbec se lleva todos los flashes, y el no menos alabado Torrontés se alza cual “orgullo blanco”, sin tanto renombre y silbando bajito, cepas de las buenas piden pista en el mundo vitivinícola nacional. Portando el cartel de “raras” o “no tradicionales”, estas buenas mozas no se amedrentan frente a la fama de las más convencionales. Y de un tiempo a esta parte, han dado inicio a la ardua tarea de conquistar paladares nacionales. Misión que, por cierto, no les sienta para nada mal… ¿Todavía no las conoce? Pase y beba.

Raras…pero no tanto.

Tal vez no tan populares. Pero netamente raras, a esta altura del partido, cierto es que no lo son tanto. Ya desde la primera década del nueve siglo, las variedades Tannat, Tempranillo y Pinot Gris vienen forjando su buen lugarcito en la escena nacional. Con decirle que las cepas de Tannat comparten alturas con las del mismísimo Torrontés. ¿Qué tal? En los pagos salteños, a más de 1.500 msnm, esta variedad originaria del suroeste francés ha hecho buenas migas con la amplitud térmica y alta exposición solar de los viñedos locales.
Por su parte, la española variedad de Tempranillo ha desembarcado con buen tino en la provincia de La Rioja, e incluso Mendoza, tierra de Malbec, allí donde se la utiliza como componente de tintos de alta gama, ya sea como varietal o en blend.
Finalmente, la francesa variedad de Pinot Gris -en alusión a la forma de “piña” que presentan los pequeños racimos, y al color azul grisáceo de sus frutos- ofrece una interesante alternativa en materia de vinos blancos: con un delicado sabor cítrico y especiado, pueden concebirse ligeros o corpulentos, secos o dulces, dependiendo de la madurez de la uva. Aunque el tinte dorado del vino, con matices cobrizos y hasta levemente rosados, es ese sello inconfundible en su clase.

A experimentar se ha dicho.

Con más anonimato que familiaridad, hay más variedades “experimentales” para este boletín. Desde Italia y con toda su longevidad a cuestas (más de 150 años), las cepas de Casavecchia supieron infundir temores en un comienzo. ¿Lograrían sobrevivir al frio mendocino durante su largo ciclo de vida? Definitivamente, sí. Dueñas de un aroma herbáceo antes de alcanzar la maduración, y frutal a la hora de la cosecha, estas cepas ofrecen tintos de generoso cuerpo y color, con la aspereza propia que impone la fuerte presencia de taninos. Además de cierto tinte cítrico, en el caso de los vinos jóvenes.
Compatriota de la Casavecchia, la variedad de Ancelotta también ofrece uvas con gran cantidad de taninos, por lo que lo suyo son los vinos voluminosos, tanto en blend o como varietal.
Aportando presencia, aunque con algo más de sutileza, la variedad Caladoc es producto de la experimentación. Sí, sí. Se trata de cepas nacidas en Francia, por cruzamiento genético entre Malbec y Garnache. ¿El resultado? Tintos que ofrecen al paladar el sabor de la fruta roja madura, con notas ciertamente especiadas.

Recargadas

Porque nunca es tarde para volver, la variedad Canarí retorna a las copas. De alta vinificación durante los años ’90, en el sur de Mendoza, redobla la apuesta en este siglo XXI: procura conquistar con su perfil sumamente aromático una vez más. ¿Otra que vuelve a la acción? La ya mencionada Garnacha. ¿La recuerda? La cepa madre del desaparecido vino Carlón. ¡Que los añejos paladares lo tengan en su gloria! Lo cierto es que esta antiquísima y popular variedad -una de las más plantadas del mundo-, no sólo supo contribuir con el citado nacimiento de las cepas de Caladoc. Ahora retorna solita y sola, para dar vida a vinos de aromas frutados, a la espera de su grato testeo.
¿Y ahora que me dice? Más vale malo conocido que bueno por conocer, dicen por ahí. Aunque si de vinos argentos se trata, bien vale el bueno conocido, y hasta el raro por conocer. Si no sabe dónde, dese una vuelta por la Pulpería Quilapán. Un par de buenas y raras copas aquí lo esperan.

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