¿No les da la sensación de que hay mucho verso en la industria del vino? ¿Vos lector, qué decís? Un llamado a la simpleza y al disfrute, entre tanta metáfora y palabra difícil.
Hace unos días me tomé un taxi para ir a una nota. Me tocó
un tachero parlanchín y conversador, y apenas me senté en el auto, me preguntó
a dónde iba y si era periodista -la cámara al hombro y el bloc de notas que
todavía uso y llevaba en la mano, evidentemente me delataron-. Le conté que sí,
y que iba hasta la casa de otro colega porque desde allí partíamos al Valle de
Uco, a recorrer algunas de las bodegas de Tunuyán y probar vinos nuevos.
"¡Qué lindo! ¡Cómo me gustaría ir algún día!", me
dice el tipo, pero expresando en su voz deseo de algo poco probable, como si
hablara de Disney o un viaje a Europa. "¡Pero vaya hombre! ¿Quiere que le
recomiende una bodega? Si hasta hay algunas que a los mendocinos los reciben
gratis, les muestran las instalaciones y les dan una copita de degustación 'de
onda'... invítela a su mujer y vaya", le dije, casi imperativamente.
"Eso no es para mí... hay que saber de vinos para
entenderlo, para disfrutarlo... me da cosa", me respondió.
Un bajón. Que ese mendocino laburante me haya respondido eso
fue un bajón total. Me dio bronca. Bronca que el tipo, que se rompe el lomo y
tiene la cola chata de andar todo el día laburando arriba del taxi sienta que
no merece disfrutar un vino y un paseo con su mujer "porque no sabe del
tema".
Me retrotraje a junio de 2015: estaba en Pomerol, Francia.
Un pueblito de 900 habitantes muy cerca de Burdeos, con Marcelo Pelleriti y
Mauricio Llaver, en el marco de la Vinexpo que se hacía en esa fecha. Fuimos un
día a comprar quesos y verduras para acompañar un asado, y a Pelleriti se le
ocurre preguntarle a una nena de unos 9 años qué quesos le convenía comprar.
Para nuestro estupor, la niñita le preguntó: "¿Qué vinos tenés?", y
charló con Marce unos 15 minutos sobre opciones y recomendaciones de qué
comprar y qué servir. La panadera se prendió en la charla. El verdulero metió
la cuchara también. Mauricio y yo, mirábamos incrédulos -bueno, yo porque
francés no hablo... solo inglés. Llaver porque no podía creer el speach de la
pequeña-.
La clave fue descubrir que los franceses, en esa zona, viven
el vino como una cuestión cotidiana. Familiar. Cercana. Los enólogos y
bodegueros discuten, teorizan y se preocupan por la industria -que está muy
bien que sea así-, pero la gente común, la población disfruta de una copa de
vino sin tantas complicaciones.
Ese es el paso que tenemos que dar en Mendoza. Y es el paso
que, por suerte, muchos periodistas especializados, muchos enólogos militan: el
del disfrute. El de "desacralizar" el mundo del vino.
Que la mineralidad, que el terciopelo, que la astringencia,
que el aroma a casis, a grosella... ¡Por favor! Me causa gracia. ¿Cuántos han
comido tanto casis o tanta grosella en Mendoza? ¿Por qué será que los que saben
de vino son cada vez más simples y se centran en el disfrute, mientras que los
que aparentan saber presumen y se complican? ¡Qué cosa con la semántica
supersofisticada en el mundo del vino!
Realmente entiendo tanto a la gente que se asusta y que se
siente desalentada por culpa de algún "iluminado" que parlotea o
escribe tan pomposamente...
Claro que respeto a los profesionales y estudiosos, que
valoro los descriptores aromáticos y que son muy interesantes... pero desde mi
experiencia -valga la anécdota de más arriba como ejemplo- tengo una reflexión
muy personal y despojada: he tenido la suerte de vivir el vino. Sentirlo,
experimentarlo, emocionarme con sus hacedores, hacerme amigo de ellos, verlos
laburar y compartir momentos imborrables. Eso es un privilegio hermoso, y estar
con estos magos me ha servido fundamentalmente para aprender que al vino hay
que saborearlo y disfrutarlo sin complicaciones. Tengo la certeza de que ningún
gurú, con todas las frases elegantes y la formación del mundo, puede explicar
lo que vos sentís en el sabor de ese sorbo, en el perfume que emana de la copa,
porque ese placer eso solo tuyo.
Como dice Alejandro Vigil: la opinión sobre un vino se
divide entre "me gusta" y "no me gusta".
A propósito de esto...
Escribí esta columna llegando del festival "Burbujas y
sabores" hace unos días, apenas terminada la Vendimia. Una feria de
espumantes que muestra la potencialidad de Guaymallén en cuanto a los vinos
espumosos. Se trata de un departamento que muchos no reconocen todavía como
parte del mundo vitivinícola. Es que Guaymallén es el primer productor de
Mendoza en cuanto a estos vinos, con más de diez millones de botellas al año,
pero sin embargo muchos todavía lo dejan afuera de "la ruta del
vino". En el evento, quince bodegas guaymallinas servían sus sparkling
wines, mientras que otras, de otros departamentos, se sumaron también. Y vi
mucha gente contenta: mucha gente que por primera vez iba a una feria y se
fascinaba, se enamoraba de este mundo; que ya no es, no debe ser de una élite.
¿Un buen dato? Guaymallén tenía una sola bodega abierta al turismo, y después
de esta feria, ya son ocho las que abren sus puertas.
Mi amigo, el Flaco Gabrielli me decía el otro día que
mientras el micromundo del vino -los periodistas, los enólogos, los bodegueros,
los socialités- discutimos sobre pavadas, quedan millones de personas afuera
que todavía no se animan a abrir una botella. Y tiene razón.
Por supuesto que está bien aprender, ser técnico, preciso,
investigar y estudiar este mundo maravilloso. Pero mi consejo es cortito:
dejemos la sanata, y gocemos con un vinazo sin tanta vuelta.
Como dice Alejandro Vigil: la opinión sobre un vino se
divide entre "me gusta" y "no me gusta". A propósito de
esto... Escribí esta columna llegando del festival "Burbujas y
sabores" hace unos días, apenas terminada la Vendimia. Una feria de
espumantes que muestra la potencialidad de Guaymallén en cuanto a los vinos
espumosos. Se trata de un departamento que muchos no reconocen todavía como
parte del mundo vitivinícola. Es que Guaymallén es el primer productor de
Mendoza en cuanto a estos vinos, con más de diez millones de botellas al año,
pero sin embargo muchos todavía lo dejan afuera de "la ruta del
vino". En el evento, quince bodegas guaymallinas servían sus sparkling
wines, mientras que otras, de otros departamentos, se sumaron también. Y vi
mucha gente contenta: mucha gente que por primera vez iba a una feria y se
fascinaba, se enamoraba de este mundo; que ya no es, no debe ser de una élite.
¿Un buen dato? Guaymallén tenía una sola bodega abierta al turismo, y después
de esta feria, ya son ocho las que abren sus puertas. Mi amigo, el Flaco
Gabrielli me decía el otro día que mientras el micromundo del vino -los
periodistas, los enólogos, los bodegueros, los socialités- discutimos sobre
pavadas, quedan millones de personas afuera que todavía no se animan a abrir
una botella. Y tiene razón. Por supuesto que está bien aprender, ser técnico,
preciso, investigar y estudiar este mundo maravilloso. Pero mi consejo es
cortito: dejemos la sanata, y gocemos con un vinazo sin tanta vuelta.
Foto Web.
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