lunes, 14 de julio de 2025

Crónica del vino y la vid desde Villa Regina.



Crónica del vino y la vid desde Villa Regina.

/ Sabías que / Por Andrea Albertano.

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Hay lugares donde el tiempo tiene otros modos. Donde el trabajo no se mide en clics ni relojes, sino en maduración, aromas y espera. En Villa Regina, Alto Valle de Río Negro, Patagonia Argentina, cuando termina el verano, el trabajo se divide en dos, por un lado la chacra y otro en la bodega. Así lo cuenta Gustavo Favretto, tercera generación de viticultores, para JuAn Delicias Magazine.

Todo empieza cuando se termina la cosecha. Entre descubes, trasiegos, borras y bentonita la bodega se vuelve un campo minado. Entre mangueras que cuelgan y el rítmico sonido de las bombas a pistón, Gustavo Favretto, sube y baja las escaleras de la bodega con alma de maratonista.  “Ahora en junio 10 grados bajo cero, en marzo 40 grados de calor , hacer vino es mucho más que cosechar la uva, creo que cualquiera puede hacer vino, pero no todos¨, sentencia.

En el Alto Valle de Río Negro, las condiciones son singulares. Suelos aluvionales, drenaje perfecto, agua de río que nace del deshielo, brisas constantes. El sol madura sin quemar. El frío nocturno afina la acidez. A veces, el clima se impone con caprichos inesperados: en 2024, después de cuatro años, volvió a nevar en plena cosecha. “Se volvió a entalcar el Alto Valle”, escribió Gustavo en su cuenta de Instagram, como si el cielo hubiese decidido espolvorear la memoria con una capa de asombro blanco.

Entre fines de mayo y primeros días de junio, la viña ya está en reposo, la savia espera mansamente, las esqueléticas plantas parecen arrasadas por un vendaval. Comienza la poda manual y los tractores cincelan y rastrean los suelos duros para volverlos suaves y amables, así las futuras raíces tendrán el camino allanado.

 “El momento de poda es clave, un tijerazo mal dado es un futuro brote sin uva”, explica Gustavo.

En bodega, probar y decidir.

“Cada vino necesita su tratamiento. No es lo mismo un Pinot que un Malbec. No es lo mismo un vino que saldrá joven al mercado que uno que irá a barricas”, expresa mientras muestra los tanques de acero y las barricas de roble francés.

 “Es un juego de equilibrios. Como escribir un texto que tiene que decir mucho sin decirlo todo”, compara Gustavo, que alguna vez fue periodista y que aún escribe las contraetiquetas de sus vinos con la pluma del que supo contar historias en papel.

Algunos vinos, los más jóvenes, se embotellan en damajuanas a los pocos meses. Otros los de botellas reposan en barrica. Ahí, en la bodega, ocurre otra transformación. El roble aporta aromas, suaviza taninos, redondea lo que la fruta ya trajo del viñedo.

En ese silencio apenas roto por el eco de las pisadas, se afina el carácter del vino. A veces, se ensambla con otro varietal. A veces, se deja ser. Cada año es distinto. Cada vendimia es una nueva oportunidad de aprender, de corregir, de arriesgar.

Cuando por fin se decide que un vino está listo, se embotella. Con cuidado casi ceremonial. Se encorcha y se guarda. “Ahí comienza otra mística, la botella acostada en estiba luego de meses y a oscuras, encierra un misterio envuelto en un enigma ”, dice Gustavo.

En 2022 inauguró la sala de degustación, el turista puede probar esas botellas junto a una picada. Recorrer la bodega, ver las maquinarias antiguas, los documentos del abuelo Ferruccio, las fotos en sepia y sentarse en un cómodo living y leer un libro en una heterogénea y curiosa biblioteca.

Un legado que continúa.

Hoy, mientras muchas bodegas del país crecen en volumen, Favretto crece en historia. Manteniendo  la calidad, mejorando el proceso, contando con honestidad lo que la tierra da.

“Acá no hay milagros, hay trabajo. Y hay memoria. Mi abuelo llegó cuando esto era un médano. No había nada. Ni luz eléctrica. Ni agua corriente. Solo el deseo de plantar. Lo que yo hago es mantener el legado y tratar de mejorar cada año”, revela Gustavo.

Las tareas del vitivinicultor son incesantes: en unos meses más se vendrán las infaltables heladas primaverales. Ahí se pone en juego la cosecha 2026, vendrán las noches largas donde la temperatura bajará a menos de cero grados y los tiernos brotes de la vid tratarán de sobrevivir a la inclemencia. Pero no sobrevivirán por si solos, Gustavo y sus empleados se desvelarán toda la noche, pondrán  las bombas de agua con sus aspersores o el clásico riego por manto para tratar de darle humedad al suelo y generar una atmósfera donde se pueda defender la producción. Si son heladas cortas habrá uva en 2026, si la helada es muy larga habrá que soñar que el 2027 sea mejor.

Y así, cada día en Villa Regina es trabajo continuo. Es volver a empezar. Es agradecer. Es cerrar un ciclo y abrir otro. Con las manos manchadas de jugo, el vino latiendo en barrica, y la certeza de que hacer vino en Patagonia, hoy, también es un acto de amor.

Publicado en JuAn Delicias Magazine.

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