Un viaje a través de los viñedos únicos de Río Negro.
Ubicado entre General Roca y Choele Choel, Valle Azul brinda condiciones naturales extraordinarias para la producción de un vino exótico. Su historia es apasionante, incluye a una condesa italiana y a un rabdomante en el medio de las bardas.
Por Miguelina Missotti.
“La fecha del sueño de elaborar vinos en Patagonia se remonta a algún momento de mi infancia”, así comienza la charla con Felipe Menéndez, CEO de la Bodega Ribera del Cuarzo.
Si bien la historia de la bodega comienza en el 2008, Felipe tiene raíces en el vino que se remontan a 1883, cuando su tatarabuelo Melchor Concha y Toro, fundador de la bodega Concha y Toro, plantó su primer viñedo en el valle del Maipo, en Chile.
“Somos una familia argentino-chilena. Mi tatarabuelo Menéndez llegó de España. Como todos los inmigrantes de esa época, vino para construir su futuro en un país que se estaba comenzando a cimentar, y se instaló en Tierra del Fuego a pedido del jefe que tenía en ese momento, ya que trabajaba para una empresa que proveía de alimentos a los almacenes, se llamaba Echart y Compañía”, relata.
“Ahí conocí el vino”.
Después se dedicó a la lana, a la construcción de buques y secasó con la nieta de Melchor Concha y Toro, con quien tuvo hijos. “En el año 70 mi familia vino a Argentina y de Chile mantuvimos la casa de la bodega Casa Pirque. Yo pasé todos los veranos de mi infancia en esa casa y ahí conocí el vino porque la bodega está al lado de la vivienda, al igual que hoy sucede en Valle Azul, donde tenemos la casa y la bodega al lado”.
“Entonces, en febrero arrancaba la elaboración de vinos y nosotros estábamos siempre ahí, probando la producción entre ese aroma. Puedo decir que el amor por el vino se me despertó desde muy chico y siempre decía que yo iba a trabajar en vino”, expresa Felipe.
Después se dedicó a la lana, a la construcción de buques y secasó con la nieta de Melchor Concha y Toro, con quien tuvo hijos. “En el año 70 mi familia vino a Argentina y de Chile mantuvimos la casa de la bodega Casa Pirque. Yo pasé todos los veranos de mi infancia en esa casa y ahí conocí el vino porque la bodega está al lado de la vivienda, al igual que hoy sucede en Valle Azul, donde tenemos la casa y la bodega al lado”.
“Entonces, en febrero arrancaba la elaboración de vinos y nosotros estábamos siempre ahí, probando la producción entre ese aroma. Puedo decir que el amor por el vino se me despertó desde muy chico y siempre decía que yo iba a trabajar en vino”, expresa Felipe.
El sueño de Felipe.
Nicolás Catena era el padre de una compañera de colegio de la hermana de Felipe. “Siempre pasaba caminando por un lugar en Buenos Aires donde sabía que él tomaba café. Un día tomé coraje, me acerqué y le dije: ‘Tengo el sueño de transformarse en alguien del vino. Me gustaría trabajar con usted porque creo que lo que hace es maravilloso’”.
Un año después, Catena se contacta con Felipe y comenzaron a trabajar juntos hasta el 2015 que Felipe, llegando a sus 30 años, pensó que ya era momento de largarse solo porque la industria del vino es un trabajo que lleva toda la vida porque depende del ritmo de la naturaleza. “Nicolás fue la persona que me enseñó todo, siempre trabajé muy cerca suyo”.
Y así llegamos a 2008, cuando un suceso cambió la historia de Felipe. “Un día nos habíamos juntados con otros empresarios de la industria para probar algunos vinos y en particular con el cual todos quedamos fascinados: solo sabíamos que era un vino que hacía una italiana en un lugar de la Patagonia”, detalla.
Nicolás Catena era el padre de una compañera de colegio de la hermana de Felipe. “Siempre pasaba caminando por un lugar en Buenos Aires donde sabía que él tomaba café. Un día tomé coraje, me acerqué y le dije: ‘Tengo el sueño de transformarse en alguien del vino. Me gustaría trabajar con usted porque creo que lo que hace es maravilloso’”.
Un año después, Catena se contacta con Felipe y comenzaron a trabajar juntos hasta el 2015 que Felipe, llegando a sus 30 años, pensó que ya era momento de largarse solo porque la industria del vino es un trabajo que lleva toda la vida porque depende del ritmo de la naturaleza. “Nicolás fue la persona que me enseñó todo, siempre trabajé muy cerca suyo”.
Y así llegamos a 2008, cuando un suceso cambió la historia de Felipe. “Un día nos habíamos juntados con otros empresarios de la industria para probar algunos vinos y en particular con el cual todos quedamos fascinados: solo sabíamos que era un vino que hacía una italiana en un lugar de la Patagonia”, detalla.
La palabra clave.
Y cuando Felipe escuchó la palabra Patagonia no pudo pensar en más nada. A tal punto que un día propuso a su grupo de trabajo hacer una comparación de los mejores cinco Malbecs de la Argentina y cada uno debía elegir el suyo. Felipe llevó ese vino italiano-patagónico que había probado y, definitivamente, todos estuvieron de acuerdo con que era el mejor.
“Era algo exótico, que tenía una fuerza de fruta, de estructura, de color, de intensidad alta y al mismo tiempo mucha suavidad. Y eso no era común en ese momento. No era tan fácil lograr ese balance entre algo que tenía mucho carácter y al mismo tiempo suave y elegante”.
Y cuando Felipe escuchó la palabra Patagonia no pudo pensar en más nada. A tal punto que un día propuso a su grupo de trabajo hacer una comparación de los mejores cinco Malbecs de la Argentina y cada uno debía elegir el suyo. Felipe llevó ese vino italiano-patagónico que había probado y, definitivamente, todos estuvieron de acuerdo con que era el mejor.
“Era algo exótico, que tenía una fuerza de fruta, de estructura, de color, de intensidad alta y al mismo tiempo mucha suavidad. Y eso no era común en ese momento. No era tan fácil lograr ese balance entre algo que tenía mucho carácter y al mismo tiempo suave y elegante”.
No era normal.
Esa degustación fue la culpable de que comenzaran una secuencia de muchísimos viajes por la Patagonia haciendo un rastrillaje de terreno de norte a sur y de este a oeste. El primer viaje fue al viñedo de Valle Azul, donde se producía ese vino que habían probado. “Ahí descubrimos que este viñedo no era normal porque las producciones en el valle de Río Negro se producen a orillas del río”.
Y eso tenía lógica: se levantan las compuertas, se riega por manto, el costo de riego es bajo y la tierra es muy, muy rica. La definición de las tierras a orillas del río es limo arcilloso. Sin embargo, este viñedo había sido plantado en la parte alta del valle, es decir, por fuera de la parte verde y fértil.
“Ahí arriba, en ese lugar, el suelo es totalmente diferente. Es un suelo suelto, de arenilla, de piedra, de mucha piedra calcárea, con alto contenido de carbonato de calcio, con registros volcánicos”, detalló Felipe.
Esa degustación fue la culpable de que comenzaran una secuencia de muchísimos viajes por la Patagonia haciendo un rastrillaje de terreno de norte a sur y de este a oeste. El primer viaje fue al viñedo de Valle Azul, donde se producía ese vino que habían probado. “Ahí descubrimos que este viñedo no era normal porque las producciones en el valle de Río Negro se producen a orillas del río”.
Y eso tenía lógica: se levantan las compuertas, se riega por manto, el costo de riego es bajo y la tierra es muy, muy rica. La definición de las tierras a orillas del río es limo arcilloso. Sin embargo, este viñedo había sido plantado en la parte alta del valle, es decir, por fuera de la parte verde y fértil.
“Ahí arriba, en ese lugar, el suelo es totalmente diferente. Es un suelo suelto, de arenilla, de piedra, de mucha piedra calcárea, con alto contenido de carbonato de calcio, con registros volcánicos”, detalló Felipe.
Único en el mundo.
“El valle de Río Negro es único en el mundo. No hay otro valle así. Mirá que nosotros hemos caminado literalmente todos. No hay ninguna región del vino que no hayamos caminado, conocido, viajado, dedicado tiempo”, aseguró.
El valle de Río Negro combina estos dos ecosistemas totalmente distintos en uno mismo, en un mismo frío, con el mismo viento, con las mismas horas de luz. Tiene muchas horas de luz. O sea, la planta trabaja muchas más horas por día, pero también la primavera llega más tarde.
En 2017, Felipe y el equipo viajan a Nueva York y la vida lo termina juntando con la condesa italiana Noemí Marone Cinzano que hacía los vinos en Valle Azul. Durante la conversación de Felipe con la condesa, éste le cuenta su historia familiar en la Patagonia y ella le propone que vaya a conocer la bodega, ya que ella se estaba yendo a vivir a Portugal y ya no iba a poder continuar haciéndose cargo de la producción.
“Y así comenzamos a elaborar en esta bodeguita y este viñedo chiquito que ella había plantado y le dimos fuerza”, asegura.
“En estos diez años la hicimos crecer, plantamos 22 hectáreas más, compramos un poco más de campo que tiene este pie de barda tan particular, equipamos la bodega y estamos aprendiendo de este terruño que tiene tanto todavía para enseñarnos. Para lograr un vino rico e interesante tenemos que tratar de elaborar una diversidad de vino lo más amplia posible para que al momento de hacer el ensamble de todos esos pequeños vinos que hacemos, que conforman un vino, haya una complejidad rica y atractiva”, detalla.
“Entonces hay pedacitos del viñedo que te dan más fruta, otros que te dan un poquito más de fruta blanca, otros que te dan una cosa más mentolada, otros que te dan una cosa más estructurada. Y si trabajás el campo desde la poda, el momento de cómo vas llevando la planta, cómo trabajas el suelo, cómo cosechas, los tiempos de cosecha, podés ir armando de una pequeña parcela una diversidad de 30 vinos distintos. O sea, tenés 30 barricas que son 30 vinos distintos y después los ensamblás a tu gusto y generás una sensación de todo eso junto, que es el trabajo del año en el campo puesto dentro de una botella”, cuenta.
“El valle de Río Negro es único en el mundo. No hay otro valle así. Mirá que nosotros hemos caminado literalmente todos. No hay ninguna región del vino que no hayamos caminado, conocido, viajado, dedicado tiempo”, aseguró.
El valle de Río Negro combina estos dos ecosistemas totalmente distintos en uno mismo, en un mismo frío, con el mismo viento, con las mismas horas de luz. Tiene muchas horas de luz. O sea, la planta trabaja muchas más horas por día, pero también la primavera llega más tarde.
En 2017, Felipe y el equipo viajan a Nueva York y la vida lo termina juntando con la condesa italiana Noemí Marone Cinzano que hacía los vinos en Valle Azul. Durante la conversación de Felipe con la condesa, éste le cuenta su historia familiar en la Patagonia y ella le propone que vaya a conocer la bodega, ya que ella se estaba yendo a vivir a Portugal y ya no iba a poder continuar haciéndose cargo de la producción.
“Y así comenzamos a elaborar en esta bodeguita y este viñedo chiquito que ella había plantado y le dimos fuerza”, asegura.
“En estos diez años la hicimos crecer, plantamos 22 hectáreas más, compramos un poco más de campo que tiene este pie de barda tan particular, equipamos la bodega y estamos aprendiendo de este terruño que tiene tanto todavía para enseñarnos. Para lograr un vino rico e interesante tenemos que tratar de elaborar una diversidad de vino lo más amplia posible para que al momento de hacer el ensamble de todos esos pequeños vinos que hacemos, que conforman un vino, haya una complejidad rica y atractiva”, detalla.
“Entonces hay pedacitos del viñedo que te dan más fruta, otros que te dan un poquito más de fruta blanca, otros que te dan una cosa más mentolada, otros que te dan una cosa más estructurada. Y si trabajás el campo desde la poda, el momento de cómo vas llevando la planta, cómo trabajas el suelo, cómo cosechas, los tiempos de cosecha, podés ir armando de una pequeña parcela una diversidad de 30 vinos distintos. O sea, tenés 30 barricas que son 30 vinos distintos y después los ensamblás a tu gusto y generás una sensación de todo eso junto, que es el trabajo del año en el campo puesto dentro de una botella”, cuenta.
Altibajos argentinos.
Sin embargo, no todo es color de rosas en la industria del vino. En un momento, las facturas de energía eléctrica que llegaban eran tan altas que a comienzos de 2021 era muy probable que tuviésemos que dejar de elaborar vino ahí porque era muy caro.
“Se había transformado en el costo más alto y rompía todas las posibilidades de poder vender un vino a un precio normal. No era sustentable desde ningún punto de vista porque la italiana construyó un acueducto desde el río hasta la parte alta de la barda para propulsar el agua y poder plantar ahí”, remarca.
Entonces ahí estuvieron un buen tiempo analizando cómo podían resolver el problema del agua y fue así que conocieron a un hombre que les contó que donde ellos estaban parados el agua estaba ahí abajo mismo y había que buscarla. “Era casi ridículo, te diría, lo que él decía. Vos mirabas ese paisaje y decías "acá abajo no pudo haber agua”.
Comenzaron un proceso de búsqueda de agua que fue muy arduo. “Después de casi un año y medio, cuando ya estábamos para tirar la toalla, un vecino (Mauro Galera) vino una mañana y me dijo: ‘Vamos a buscar el agua como lo hacían los indios’”.
Empezaron a caminar el campo y marcaron cuatro lugares posibles, donde finalmente se confirmó que había agua. “Hoy regamos con esa agua a costo cero porque con un molino de viento vamos a tener el agua en superficie sin tener que prender ninguna bomba. De esta manera, todo va a ser sustentable”.
Sin embargo, no todo es color de rosas en la industria del vino. En un momento, las facturas de energía eléctrica que llegaban eran tan altas que a comienzos de 2021 era muy probable que tuviésemos que dejar de elaborar vino ahí porque era muy caro.
“Se había transformado en el costo más alto y rompía todas las posibilidades de poder vender un vino a un precio normal. No era sustentable desde ningún punto de vista porque la italiana construyó un acueducto desde el río hasta la parte alta de la barda para propulsar el agua y poder plantar ahí”, remarca.
Entonces ahí estuvieron un buen tiempo analizando cómo podían resolver el problema del agua y fue así que conocieron a un hombre que les contó que donde ellos estaban parados el agua estaba ahí abajo mismo y había que buscarla. “Era casi ridículo, te diría, lo que él decía. Vos mirabas ese paisaje y decías "acá abajo no pudo haber agua”.
Comenzaron un proceso de búsqueda de agua que fue muy arduo. “Después de casi un año y medio, cuando ya estábamos para tirar la toalla, un vecino (Mauro Galera) vino una mañana y me dijo: ‘Vamos a buscar el agua como lo hacían los indios’”.
Empezaron a caminar el campo y marcaron cuatro lugares posibles, donde finalmente se confirmó que había agua. “Hoy regamos con esa agua a costo cero porque con un molino de viento vamos a tener el agua en superficie sin tener que prender ninguna bomba. De esta manera, todo va a ser sustentable”.
Su lugar en el mundo.
Para Felipe, Valle Azul es su casa y el lugar al que va a dedicar toda su vida. “Nuestra mirada está puesta en la Patagonia, porque todavía está todo por hacerse, como nos decía mi papá cuando éramos chicos. El principal aliado para la industria del vino es el paso del tiempo, que es muy lento”. Felipe cree que en los próximos 100 años van a ir floreciendo viñedos en muchos lugares de la Patagonia.
“Tenemos un país inmenso todavía por plantar y debemos hacerlo con conciencia preservando el ecosistema de donde vamos instalando plantas de vid, ya que son exógenas al lugar, entonces también hay que plantar con una cabeza mirando el futuro y pensando cómo hacemos para no destruir el lugar y poder convivir para siempre”, expresa.
Hoy, el tamaño de Ribera del Cuarzo tiene capacidad para elaborar 150.000 botellas. Es una bodega que produce de forma mecánica, es decir que no hay maquinaria que automatice el proceso.
La colección Ribera del Cuarzo se vende en Argentina y también se exporta a más de 12 mercados a un promedio de US$600 FOB su caja de 6 botellas, y ya tienen acuerdos cerrados con 12 mercados más. Entre los mercados a los que exportan están Estados Unidos, Brasil, España, Francia, China, Finlandia, Islandia, Perú, Uruguay, Panamá, Japón, Colombia, Corea del Sur, y Taiwán.
Publicado en Más Producción de La Mañana del Neuquén.
https://masp.lmneuquen.com/vitivinicultura/un-viaje-traves-los-vinedos-unicos-rio-negro-n1117118
Para Felipe, Valle Azul es su casa y el lugar al que va a dedicar toda su vida. “Nuestra mirada está puesta en la Patagonia, porque todavía está todo por hacerse, como nos decía mi papá cuando éramos chicos. El principal aliado para la industria del vino es el paso del tiempo, que es muy lento”. Felipe cree que en los próximos 100 años van a ir floreciendo viñedos en muchos lugares de la Patagonia.
“Tenemos un país inmenso todavía por plantar y debemos hacerlo con conciencia preservando el ecosistema de donde vamos instalando plantas de vid, ya que son exógenas al lugar, entonces también hay que plantar con una cabeza mirando el futuro y pensando cómo hacemos para no destruir el lugar y poder convivir para siempre”, expresa.
Hoy, el tamaño de Ribera del Cuarzo tiene capacidad para elaborar 150.000 botellas. Es una bodega que produce de forma mecánica, es decir que no hay maquinaria que automatice el proceso.
La colección Ribera del Cuarzo se vende en Argentina y también se exporta a más de 12 mercados a un promedio de US$600 FOB su caja de 6 botellas, y ya tienen acuerdos cerrados con 12 mercados más. Entre los mercados a los que exportan están Estados Unidos, Brasil, España, Francia, China, Finlandia, Islandia, Perú, Uruguay, Panamá, Japón, Colombia, Corea del Sur, y Taiwán.
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