La historia del pingüinito, un complemento de la mesa argentina
que marcó toda una época.
Los más memoriosos sabrán perfectamente de qué hablo cuando
nombro al “pingüinito”. Su origen es ampliamente discutido, pero se cree que
vino de la mano de los inmigrantes italianos en la década del 30, para cubrir
una necesidad en el servicio del vino.
Por Francisco González Antivilo.
La columna de esta semana tiene como fin trasladarnos por un
ratito a esa parte de nuestra historia que casi se extingue y que hoy ha sido
puesta en valor nuevamente.
Por aquellos años todavía no existía la ley de envasado en
origen (sancionada en 1984 durante la presidencia de Alfonsín y derogada en
1991 bajo la presidencia de Menem) que estableció que el vino debía ser
fraccionado en la zona de producción. Las bodegas trasladaban el vino a granel
hasta las grandes zonas de consumo como Rosario, Buenos Aires y Córdoba para
comercializarlo en envases de 200 litros, 20 litros o 5 litros a cantinas, pulperías
o vendedores de vino.
En este contexto, algunas bodegas contaban con planta
fraccionadora en el destino (dato de color: una de estas plantas se encontraba
en lo que hoy en día es el Polo Científico Tecnológico en la calle Godoy Cruz
de Palermo, CABA). Otras veces, el fraccionado quedaba a cargo del propio
comercializador, por lo que no se podía garantizar la calidad de la bebida, que
casi inevitablemente se veía alterada. En esta parte de la historia la calidad
y la conservación del vino no era un tema que desvelase a la sociedad.
Una vez en destino, cantineros y pulperos necesitaban fraccionar el vino para llevarlo a la mesa del cliente y es allí donde toma importancia este simpático animal. Previo al pingüino se utilizaban unas jarras con una manija de mimbre, pero en algún punto (incierto) este animalito hecho jarra de vino se popularizó y comenzó a utilizarse masivamente tanto en los negocios, pero también en la mesa familiar, donde tuvo un pico de uso entre los años 50 y 70 del siglo pasado.
Algunos dicen que se utilizó este animal por la forma
parecida a la de una botella o jarra y porque causaba simpatía que el vino sea
vertido a través del pico, pero lo cierto es que también se intentó imponer
patos, elefantes y hasta cupidos, pero no tuvieron la misma repercusión, por lo
que cayeron en el definitivo olvido.
El pingüino original era de litro, pero hoy en día se pueden conseguir de un cuarto, medio, tres cuartos y volumen original.
Luego de sancionada la citada ley de envasado en origen la
industria se tuvo que volcar a la botella de 750 ml, a la etiqueta y al
packaging. Allí se empieza a moldear de a poco la presentación de hoy en día de
los vinos.
Pero a partir del nuevo siglo surge un nuevo cambio, ya que
la cultura de lo visual, el aumento de las bodegas y elaboradores tornaron
imperiosa la necesidad de diferenciación, por lo que se recurrió a cada vez una
mejor estética (tanto es así que muchas veces la estética es más cara que el
propio vino). En paralelo, a partir de la reconversión vitícola, se comenzaron
a elaborar vinos de más alta calidad que casi obligadamente necesitaron
apoyarse en dar una mejor presentación del producto para ponerlo en valor.
Pero como con toda tendencia, al tiempo apareció la
contra-tendencia que salva al pingüino del olvido y lo trae de nuevo a la mesa
familiar, también a los bares y pulperías que han tomado un nuevo auge. Hoy, el
vino que llega a este tipo de jarra suele ser mucho mejor del que llegaba hace
medio siglo, por lo que es común que se rellene con vino de bag-in-box, o por
qué no, de damajuana también, pero de una calidad aceptable. El famoso vino de
la casa.
La vuelta del pingüino a la cantina.
Además del servicio de vino esta jarra es muy útil para el
servicio de sangrías en tiempos de estío, o por qué no, un vermut bien frapé.
Pero tenga contado cuantas veces rellena el pingüino porque puede ser
traicionero, ya que es recargable y se pierde la noción de la cantidad.
¿Como cierro este viaje por la historia? Aunque parezca un
mensaje ecologista, lo digo con un profundo aprecio de la industria
vitivinícola de la cual soy parte, salvemos a los pingüinos.
Si bien solo se puede ver como un envase vintage, representa
más que eso. Es parte de nuestro legado cultural como país vitivinícola. Es
testimonio de parte de nuestra historia, cuando el consumo de vino era más
común que ahora, formaba parte de la mesa familiar y del encuentro de los amigos
en las cantinas y pulperías.
Perfil.
Francisco González Antivilo forma parte del mundo del vino
desde hace 18 años. Escribe y comparte. Se ha formado y trabajado en distintas
áreas que aportan a la industria vitivinícola, como la comercialización, la
producción y la docencia. Tiempo después de recibirse de ingeniero agrónomo
comenzó su formación para recibirse de Doctor en Ciencias Biológicas,
trabajando como científico por varios años. Hoy, trabaja en su empresa de I+D
para el sector agrícola como gerente. www.frangonzalezantivilo.com /
@frangonzalezantivilo
26 de marzo de 2024.
Publicado en Guarda 14 del Diario LOS ANDES de Mendoza.
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