En los últimos años la frontera del vino se expande hacia el
sur. Si hasta hace dos décadas el límite natural de la Patagonia del vino era
el Río Negro, a la fecha un puñado de productores puebla la estepa y el sur de
Chubut hasta el Río Senguer.
por Joaquín Hidalgo
Entre esas nuevas áreas donde la viña echa raíces, Trevelin
ocupa un lugar central. Reconocida como Indicación Geográfica en 2019, a la
fecha se ofrece como un rincón de la Patagonia que combina el paisaje boscoso
del Parque Nacional Los Alerces con los anchos horizontes de la estepa que
comienza prácticamente allí mismo.
Es un combo difícil de igualar a la hora de pensar en una
escapada. En materia de vinos, sin embargo, es pequeño: cubre unas 8 hectáreas
de viña.
Pero no sólo de paisajes especiales se hace el vino. Los
vinos de Trevelin conjugan algunas variables que no se dan en ningún otro punto
de la geografía argentina.
El primero y más obvio es el frío –aunque la añada 2021 no
parece haber sido una de ellas–; la otra es el verano corto, sumado a la
determinación de algunos productores por elaborar vinos.
Vinos de Trevelin: breve historia del sur profundo.
La exploración de Trevelin partió con las colonias galesas a
fines del siglo XIX. Aquellos pioneros se abrieron paso por los valles de la
estepa hasta llegar al actual, donde fundaron Tre-velin (literalmente pueblo
del molino) a orillas de un río al que llamaron Percey.
Lo de pueblo del molino no es un dato al azar. La parte
central del valle es perfecta para el cultivo de trigo y forrajeras, que sigue
siendo una de las principales actividades, junto con los tulipanes al final del
invierno. Los desniveles de los ríos, desde ya, aportaron la energía para las
primeras moliendas de grano.
Pero a comienzos del siglo XXI, más precisamente en 2010, la
historia de la ganadería y los pastos cambió en la región. A orillas del Río
Nant y Fall, en el predio del camping del mismo nombre, Sergio Rodríguez plantó
las primeras viñas de los vinos de Trevelin.
“Mi intención era darle más atractivo a mi propuesta –me
dice sentado junto a la chimenea de la casa de Viñas de Nant y Fall– pero
pronto el viñedo llamó la atención de otros vecinos de la zona y para 2014 ya
éramos tres los productores involucrados en esta locura”.
Se refiere a Casa Yagüe, ubicada casi en el límite con Chile, y Contra Corriente, a la salida del pueblo y junto al río Percey.
Como las condiciones de la zona son extremas, con veranos en
los que la temperatura puede caer por debajo de 0°C, las viñas precisan estar
protegidas con un sistema antiheladas con plena disposición de agua.
Las heladas y la falta de experiencia en el cultivo serían
la clave de los primeros años en la zona.
Las primeras botellas.
La vendimia 2016 marcó el primer paso importante para los
productores. “Cometimos todos los errores”, se ríe Marcelo Yagüe en el living
de su casa mientras degustamos los vinos.
“Es que aquí no es como en Mendoza, donde hay enólogos y un
ejemplo para todo. Hoy tenemos una experiencia corta pero valiosa”, remata.
Él mismo fue el impulsor de la IG y también uno de los
mayores entusiastas a la hora de vincular la región con otras áreas de
producción del país.
Recuerdo que los primeros vinos que probé de la región
fueron, en efecto, 2016. Eran Sauvignon Blanc y Pinot Noir. Y si bien estaban
casi todos fuera de foco, de tan esqueléticos y acuosos, había algo que los
convertía en promesa: tenían una acidez natural tan vibrante y única para
nuestro mercado que, recuerdo, pensé que cuando se pudieran domar bien habría un
estilo nuevo. Ahí es donde se aprecia el frío de la región.
Y eso es lo que hoy se encuentra en las botellas, de las que
probé una veintena. A diferencia de aquella primera añada de vinos de Trevelin,
hoy en la región trabajan al menos tres enólogos de forma permanente. Sofía
Elena, al frente de Contra Corriente, incluso se mudó a Trevelin.
Con experiencia elaborando vinos en América y Europa, dice:
“Lo que me atrapó a quedarme es que en ningún otro lugar de los que conocía
había este potencial para hacer vinos. Hay que domarlo, pero es único”.
Los productores.
Nant y Fall hoy tiene 1,5 hectárea de Pinot Noir cultivada
en una lomada que ofrece características propias, además de otra hectárea con
Riesling y Gewürztraminer. Al frente de la elaboración está Emanuel, un
intuitivo y experimental joven de 33 años que le pone foco al Pinot.
“En el 2020 empecé a experimentar con barriles de 500 litros
de distinto tostado para buscar una textura menos esquelética en el Pinot
Noir”, dice. Y los vinos que probamos de los barriles le dan la razón.
Están construyendo una nueva bodega, ya que la original,
prácticamente un garage, les quedó chica. Ahí elabora desde un rosado etéreo a
un Pinot con crianza con la marca Viñas de Nant y Fall. Este último es el más
logrado de los que están embotellados.
La apuesta de la casa por el turismo local es la calve. El
dispenser de Nant y Fall está en los restaurantes de la zona como Fonda Sur,
donde lo sirven por copa.
Contra Corriente tiene cuatro hectáreas de viña
–fundamentalmente Pinot Noir y Chardonnay, pero también Gewürztraminer y
Riesling– con una parte plantada en el viejo cauce del Percey y la otra en la
barda.
Desde allí arriba domina la vista el lodge de pesca y
hostería de lujo –con una completa propuesta para las cuatro estaciones, que
incluye gastronomía de producto y ahora en invierno servicio para La Hoya, en
Esquel– que es en rigor el corazón del proyecto.
Los dueños son guías de pesca en Estados Unidos y en
Patagonia y prestan servicios de turismo aventura. Enamorados de la zona,
vieron el potencial de los vinos asociado a su negocio.
En 2018 contrataron a Elena para hacerse cargo de los vinos.
Trabaja un estilo más maduro para la región, al menos en tenor alcohólico
–alcanza los 12,5%–, que elabora y embotella en una coqueta bodeguita junto al
viñedo.
Probé los 2019 y los 2020. Destacan Contra Corriente Pinot
Noir 2019 y Chardonnay Private Reserve 2019, al que la crianza le da un perfil
más borgoñón.
“Me gusta trabajar con barricas y borras para envolver la
acidez naturalmente alta”, explica Sofía.
Casa Yagüe, en cambio, no nace de un proyecto turístico. Por
el contrario, Marcelo y Patricia Yagüe se dedican a la ganadería y los bienes
raíces.
En su chacra a 12 kilómetros de la frontera, sin embargo,
plantaron sus viñas. Primero unos paños de Chardonnay y Sauvignon Blanc que hoy
mismo expandieron a Pinot Noir, Malbec y otras variedades.
Con una de las mejores vistas de la cordillera en la región,
montaron un wine bar junto a la bodega al que se accede por reserva y en el que
se puede disfrutar de una copa de sus expresivos blancos. De los vinos se ocupa
Marcelo, con la asesoría del enólogo Agustín Lombroni.
En particular me interesaron los Chardonnay que están
ensayando con cierta crianza en roble, y que saldrán en breve con la marca Casa
Yagüe Oak Chardonnay 2020. Ofrecen tensión y paso cremoso.
Pero también Casa Yagüe Sauvignon Blanc 2020, que recuerda a
jalapeño y espárrago, tan seco como vibrante y la vez delicado en su recuerdo
de lima.
JOAQUÍN HIDALGO
Es periodista y enólogo y escribe como cata: busca
curiosidades, experimenta en formatos y tiene una pluma capaz de desentrañar el
secreto áspero del tanino o de evocar el sabor perdido de unas granadas en la
infancia. Lleva más de quince años en esto. Lo leen en Vinómanos (plataforma
que fundó en 2013) o bien en importantes medios nacionales, como La Nación
Revista, La Mañana de Neuquén, Playboy y JOY, entre otros.
Publicado en VINÓMANOS.
Imagen de VINÓMANOS,
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