martes, 28 de diciembre de 2021

La uva de mesa y la diversificación económica regional.

 En la zona del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, este cultivo no tiene limitantes productivas para su desarrollo. La clave es realizar un análisis económico antes de iniciarse en la actividad.

Por INTA ALTO VALLE.

El cultivo comercial de uva de mesa existe en el Alto Valle desde principios de los ‘90 como una actividad productiva alternativa a los tradicionales cultivos de pera y manzana.

Hoy tres décadas despues, continúa vigente dada la sostenida demanda de esta fruta, sobre todo del mercado interno regional y de otras provincias como las pampeanas y patagónicas.

Conocer en detalle las características del cultivo, su potencial productivo y económico, permite advertir que se trata de una alternativa viable para la diversificación en la zona.

Según datos aportados por el Mercado Central de Buenos Aires (MCBA) en 2019, la producción nacional de uvas de mesa se calculó en 66.000 toneladas anuales. Además, se estima que el país exporta 5.000 toneladas y compra cerca de 2.000 toneladas de uva de mesa proveniente de Brasil (90%) y Chile (10%) en el segundo semestre, para satisfacer la demanda local.

La Norpatagonia brinda condiciones ideales para el cultivo de uva, por su clima seco y soleado, suelos aptos y agua de riego de muy buena calidad.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Vitivinicultura, las provincias de Río Negro y Neuquén producen 104 hectáreas de uva de mesa, de las cuales el 70% están plantadas con variedades rosadas, el 18% con variedades blancas y el 12% variedades negras.

Para Mario Gallina, investigador del INTA Alto Valle, la Norpatagonia brinda condiciones ideales para el cultivo por su clima seco y soleado, suelos aptos y agua de riego de muy buena calidad. “A pesar de que existen adversidades climáticas como las heladas tardías, granizo, vientos y posibles enfermedades fúngicas, estos aspectos sanitarios se resuelven con la aplicación de distintas herramientas tecnológicas”, explicó Gallina.

Por su parte, el manejo cultural se asimila más a cualquier frutal de pepita o carozo que al de uva para vinificar, por sus requerimientos de mano de obra, insumos, rendimientos y posibilidad de conservación en cámaras frigoríficas.
En cuanto al empleo, se trata de un cultivo con una importante demanda de mano de obra calificada para las tareas de poda y atado, desbrotes, acomodo de brotes, trabajo en los racimos y cosecha son manuales.

Una producción normal y estable promedia los 20.000 y 25.000 kg /ha, suele conservarse en frío hasta junio o julio (según cada variedad), y es en esa época cuando se vuelca al mercado y se obtienen mayores precios.

De acuerdo con Patricia Villarreal, investigadora del INTA Alto Valle, un parral de uva de mesa plantado a 2,5 metros entre filas y 2,5 metros entre plantas con una densidad de 1.600 plantas/ha, riego gravitacional por surco y defensa de heladas pasiva, requiere una inversión de u$s 31.405.

“Es importante considerar que el período de implantación del cultivo es de tres años y la primera producción comercial se obtiene al cuarto año”, señaló Villarreal.

Asimismo, el costo de las labores culturales realizadas durante el ciclo productivo (12 meses) es de u$s 9.241 por hectárea, sin considerar la cosecha.
En esa línea, es importante calcular que el costo de la etapa de recolección de la fruta varia con el rendimiento del cultivo y se estima un costo de u$s 0,104 por kilo.

“En el análisis económico debe incluirse la amortización del parral”, destacó Villarreal, y agregó que: “si se tiene en cuenta la inversión y una vida productiva de 22 años, la amortización anual puede llegar a ser de u$s 1.427 por hectárea”.

Los especialistas señalaron que a raíz del análisis económico se estima que el precio mínimo de venta de la uva de mesa es de 0,40 u$s/kilo para cubrir sus costos directos.
“Este valor es aceptable en el corto plazo, ya que sólo alcanza a cubrir los gastos del cultivo y la amortización de la inversión y no aporta recursos a los gastos generales del establecimiento ni una rentabilidad al productor”, remarcó Villarreal.

Para el cálculo de los ingresos se considera un precio promedio sin IVA de la uva de 0,65 u$s/kilo, dando como resultado un margen bruto de 5.709 u$s por hectárea. En ese sentido, se calcula que ese saldo permite cubrir una parte de los gastos generales de la empresa, al mismo tiempo que aporta a la rentabilidad al establecimiento.

De acuerdo con los técnicos, quienes opten por este cultivo deben tener en cuenta que una buena producción en cantidad y calidad es necesaria, aunque no suficiente, para lograr la rentabilidad deseada.
“El otro componente indispensable es la destreza en la venta y el cobro de la fruta, y muchas veces aumenta dicha rentabilidad al comercializar con el eslabón de la cadena más cercano al consumidor”, concluyeron.

Dato 

104 HasLa superficie que actualmente se cultiva con vides en las provincias de Río Negro y Neuquén.

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